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Editorial (PELLInside, edición 109)

El mundo descartable

La radio suena en el medio del caos. Los autos se cruzan locos, al mando de firmes candidatos a la postrera frase: «¿Y yo como podía haber sabido que iba a pasar esto?». Es notable ver como en la calle se hace todo lo posible para que la tragedia se consume. Pero no importa porque hay un ideario colectivo en el que la vida es un simple Coyote cayendo desde la enorme montaña para terminar en una pequeña nube de polvo que se produce cuando se estrola contra el piso, luego se levanta por enésima vez y se apresta a llevar a cabo el siguiente intento – que sabemos será en vano – contra el inefable Correcaminos. Es como aquellas películas de guerra que se filmaban allá por los ’40 o los ’50, en las que los soldados caían y se morían, pero nunca había sangre, no había cuerpos mutilados ni ojos salidos, ni sordera por las bombas. Porque ese y éste también, es el mundo en el que todo se arregla, el mundo seguro que nos venden y nos vendemos a nosotros mismos. No hay magia, no hay riesgos, el resto es pura sensación. Si sale una arruga, se arregla con cirugía o con moco de sanguijuela, vaya uno a saber que nos puede seguir ofreciendo el Llame Ya de la tele.
Sin embargo y a pesar de correr el riesgo de acopiarme algunas enemistades, les diré que en la vida se arreglan algunas cosas, excepto la vida misma, porque una vez que se apagó, chau… Y no hay vuelta atrás.

No desafiar, no tentar demasiado tu suerte podría ser una buena consigna…
Tal vez sea todo parte del concepto «descartable», una verdadera forma de vida, realmente. Desde los productos diarios hasta las relaciones sentimentales, está todo pautado como algo transitorio, con vencimiento. Una heladera ya no es lo que era antes, en los tiempos de las antiguas Westinghouse. Ruidosas, verdaderos mastodontes del frio, resultaban esplendorosamente eternas, irrompibles, con motores maravillosos pensados para toda la vida, lo cual, en aquellos dorados años, significaba mucho.
Ni hablar de los autos. ¿Es que acaso alguien se atreve a comparar la belleza del motor de un Dodge Polara, de una Coupé Chevy, de un Falcon ’64, de los Jeep de los ’50 con estos engendros infernales que se ven hoy en día? Computadora de a bordo, mp3 y dvd player y otros trucos más – la prisión del confort – hasta que uno levanta el capó y sólamente aprecia apretujamiento sin estilo, sin ese espacio necesario para que la verdadera belleza se aprecie. Por eso nos admiramos tanto cuando vemos una máquina antigua, porque simplemente en la sencillez de su mecánica reside su hermosura. Y no solo sencillez, agréguenle robustez y durabilidad. ¿Y qué me dicen de la chapa de estos bólidos modernos? Pura delgadez, tan cercana a la anorexia automotriz que no resiste ni siquiera una pelotita de hielo venida de los cielos. Por eso ahora inventaron el seguro contra granizo. Quizás el día de mañana, las chapas sean más endebles aún, de tal manera que la cagada de un pájaro la termine abollando. Entonces, las compañías de seguros lo tendrán todo planificado y se incluirá, por tan solo 40 pesitos más, un seguro contra pájaros y listo el pollo.
Alguno podrá decir que somos afortunados porque el mundo se ha globalizado y la producción y los chinos y los japoneses y el bienestar y que se yo que más, contribuyen a que los productos de hoy sean descartables… Puede ser. Es parte del gancho porque el mundo descartable ofrece seguridad artificial y un concepto estético absolutamente mentiroso.
Sin embargo, la tentación es irresistible, casi imposible de combatir…
Es en esos momentos de saturación, mezcla de confort y crisis, en los que uno se aleja de la madre naturaleza. Pero a no preocuparse, ella, a su debido momento, pondrá fin al mundo descartable, tal cual lo hace con nostros mismos.

Jorge Pelliza

15 octubre, 2008 - Posted by | Editoriales PELLInside | , , , , , , , , ,

1 comentario »

  1. «la prisión del confort» Totalmente de acuerdo con este concepto. Creo que hemos desarrollado un sistema mentiroso de vida en muchos aspectos, no solo el material. Confort religioso, sentimental, laboral… todo se resume en el «sentirse bien».

    Tu frase me recordó el título del CD del grupo inglés Delirious?, «Kingdom of Comfort». Vivimos en un verdadero Reino del Confort, desquiciado, sin rumbo… pero confortable.

    Saludos

    Comentarios por Felipe Alfonso | 15 octubre, 2008


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